Roma moderna y contemporánea

Durante los siglos XV y XVI Roma jugará un importante papel, junto a otras ciudades italianas -Milán, Florencia, Venecia- en el desarrollo del movimiento cultural y artístico del Renacimiento. Durante el siglo XV Roma se posiciona nuevamente como una ciudad importante en lo urbanístico. Gracias al impulso de activos papas que actuaron como mecenas, tales como Nicolás V, Pío II, Pablo II, Sixto IV, se promueve el urbanismo, la arquitectura, la escultura y la pintura. Roma comienza a salir del estancamiento del siglo anterior. También, en menor medida, la nobleza y la burguesía (banqueros) romana promoverán el desarrollo del arte y la arquitectura civil. Durante los dos siglos en que se desarrolló el Renacimiento artístico en Roma, se cultivó el estilo del Clasicismo; este estilo, inspirado en los modelos grecolatinos antiguos, buscó expresar en sus obras arquitectónicas, escultóricas y pictóricas, el orden, la simetría, la medida y la proporción. Las obras se distancian del estilo románico y gótico, propios de la Edad Media.

A fines del siglo XV se radicaron en Roma importantes artistas como Botticelli, Signorelli, Pinturicchio, Perugino, Donatello. A comienzos del siglo XVI (el Cinquecento) llegó Leonardo Da Vinci, Rafael, Miguel Ángel, Andrea y Iacopo Sansovino, Peruzzi. Más adelante trabajaron Giorgio Vasari y Caravaggio. Entre todos ellos destacan con fuerza Rafael y Miguel Ángel. Rafael fue célebre por sus “madonnas” y por la decoración de las estancias en el Palacio Apostólico Vaticano. Por su parte, Miguel Ángel, fuera de ser arquitecto, fue escultor y pintor. Notables expresiones escultóricas de Miguel Ángel fueron su David y el Moisés; en la pintura destacó su grandiosa colección de frescos de la Capilla Sixtina.

Durante el siglo XVII Roma pierde más y más protagonismo a nivel internacional. Su máxima autoridad, el Papado, declina aceleradamente su influencia política en Europa. Los intentos de mediar, hacer componendas entre los soberanos, exigir cuotas de participación en el concierto internacional, tan siquiera obligar a los monarcas usando los argumentos espirituales del medioevo, constituyen ya un anacronismo histórico. Los grandes poderes absolutistas, en especial España, Francia y Austria, prácticamente no toman en cuenta la opinión de la Santa Sede en los asuntos de Europa. En contraposición a la pérdida de influencia de su tradicional institución, la ciudad se expande desde el punto de vista urbano, se embellece gracias al Barroco, y adquiere su rostro actual.

A instancias de las corrientes revolucionarias liberales y los movimientos nacionalistas, Roma sufre en la Edad Contemporánea una transformación política esencial: Roma se reintegra a la nación italiana y se convierte en la capital de un Estado italiano unificado. La ciudad crece en población superando las cifras que alcanzó en la Antigüedad y desbordando en su expansión las viejas murallas. El dominio milenario de la autoridad pontificia termina en el siglo XIX, pero su presencia no desaparece, pues ésta logrará el reconocimiento posterior, en la primera mitad del siglo XX (de parte de la autoridad fascista) de su soberanía sobre la Colina Vaticana, creándose el pequeño Estado de la Ciudad del Vaticano, sucesor de los Estados Pontificios, y que le asegura al Papado su independencia política. Por su parte, Roma fundirá su historia con la de Italia y sus vicisitudes irán ligadas el desarrollo histórico de la misma.

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